lunes, 25 de diciembre de 2006

Acerca del poder

Hay diferentes teorías acerca de qué es el poder. Podría realizar una división entre:
a) aquellas que lo consideran como una “cosa” que algunos tienen y otros no, es decir como un atributo de la persona; y
b) las que lo ven sólo desde un punto de vista relacional o sea que necesita ser construidos entre dos o más partes.
A primera vista parecerían excluyentes. Sin embargo creo que ambas pueden coexistir, y que depende de que el observador se centre o focalice en el individuo o en el sistema. Veamos algunos ejemplos sencillos, que nos permitan ponernos en contacto con el tan temido y al mismo tiempo tan cotidiano “poder”.
Cuando uno concurre a un profesional, sea médico, abogado, psicólogo, contador, etcétera, los profesionales son los que tienen el poder del conocimiento. Un médico puede hacerme modificar mi agenda de trabajo, al indicarme una internación, la necesidad de una intervención quirúrgica o simplemente la necesidad de realizar una serie interminable de estudios.
El dinero, la posición social y económica, la belleza, las destrezas físicas, etcétera, son considerados como fuentes de poder de acuerdo a diferentes contextos. A lo largo de la historia hemos creado diferentes símbolos para manifestarlo: coronas, mantos, sillones, estrados, bastones de mando, etcétera.
Otros sostienen que es una relación que se construye entre las partes, a partir de un interjuego de interacciones que generan una relación. Si tomo el ejemplo anterior, el médico me hace modificar la agenda en virtud de que yo se lo permito, la sola indicación no basta, necesito aportar mi consentimiento, que estará basado en la confianza que él me depare, en mi malestar, en el imaginario social que hace pensar que un médico siempre actúa para bien del paciente, etcétera.
El poder de una madre sobre su hijo varía a lo largo de la historia de ambos. En el comienzo de la vida, todo el poder depende de la madre, quien puede decidir o no la continuación del embarazo, la vida del embrión y luego del feto, es casi totalmente dependiente de la madre. No obstante ello, la vida de una mujer a partir de su embarazo ya no será la misma. Su vida estará “mezclada” con la vida del bebé. El bebé obstaculizará o impedirá la realización de una cantidad de actividades. El nacimiento del primer hijo cambia absolutamente la vida de la pareja. He compartido en estos días la forma en que una bebé de cinco meses ha cambiado todos los hábitos de su papá, sus sonrisas y gorjeos a las siete de la mañana lo ponían en pié a él, a la mamá y a todo el resto de la familia. Puedo decir que me admira el “poder” de esa criatura. ¿La bebé tiene poder? Sí, pero no lo sabe aunque lo ejerce.
En nuestra calidad de mediadores ¿tenemos poder o construimos relaciones de poder? Creo que podemos contestar sí a las dos preguntas: tenemos poder y al generar con los participantes una nueva Relación a partir de la repetición de interacciones, está ejerciéndose el poder.
Pero ¿qué es el poder? Podemos dar una explicación positiva y decir que es la capacidad de alguien de imponer algo a otro. Pero quizá sea más útil pensar en una explicación negativa, una explicación cibernética en el sentido que da Bateson a este tipo de explicaciones, y entonces podría ser que “El poder sea restricción” o sea que puede ser entendido como una relación en la cual una de las partes limita u obstaculiza las alternativas de la otra parte, con consentimiento o por la imposibilidad de esta última de oponerse a tal limitación u obstaculización. Es decir, restringe la cantidad de posibles alternativas. Es una formulación negativa: Cuanto mayor es el poder de “A” menores son las alternativas de “B”, es decir mayor número de alternativas quedan excluidas como opciones de “B".
Desde este punto de vista cuando una persona restringe la posibilidad de alternativas de otra está ejerciendo poder sobre ella. Y esto no es malo, cuando yo impido que alguien cruce mal una calle, estoy ejerciendo mi poder sobre ella, y nadie calificaría como mala a esta acción. En la medida que consideramos al poder desde el punto de vista relacional podemos asegurar que en toda Relación se dan situaciones de poder, y la riqueza de la Relación dependerá del equilibrio fluctuante entre las diferentes situaciones, o sea en determinados momentos “A” será considerado como el que limita o restringe a “B”, en otros será a la inversa y en otros estarán los dos en igualdad posición.
En nuestra calidad de mediadores ejercemos poder al restringir determinadas interacciones, por ejemplo las agresiones; cuando decidimos levantar una mediación, porque creemos que existe mala fe, estamos restringiendo sus alternativas, aunque se les diga que pueden mediar en otro centro o con otro mediador, estamos restringiendo la posibilidad de que continúen la mediación con nosotros; cuando reclamamos el pago por los servicios como mediadores, también estamos ejerciendo poder, al obstaculizar la alternativa de que puedan acceder a nuestros servicios en forma gratuita, etcétera. Sabemos que en nuestra calidad de mediadores podemos realizar estas acciones, o sean que es un atributo que tenemos, pero el ejercicio del mismo es siempre relacional. Si observamos sólo al mediador podemos decir que él tiene el “poder” pero la efectividad de su ejercicio, depende, sí o sí, de las retroacciones de los otros.
El juez tiene el poder, es más, en los países democráticos, el poder judicial es uno de los tres poderes del estado. Sin embargo en los casos de familia sabemos que las sentencias de los jueces son poco cumplidas. Una estadística establecía que sólo el diez por ciento de los ex-cónyuges abonan las cuotas de alimentos pasados los siete años de la sentencia. ¿Ejerce el poder en este caso el juez? O sea, quiero diferenciar entre: el atributo de restringir las acciones de los otros, que algunas personas poseen por sus características personales o por ser parte de sistemas que atribuyen a determinados roles esos atributos; y el ejercicio efectivo del mismo, que está determinado por nuestras acciones y las retroacciones de los otros. Si focalizamos en el individuo podemos observar su atributo; si focalizamos en el sistema: podemos observar el ejercicio efectivo que se genera en el sistema.
El “poder en acción” es siempre interpersonal. Muchos de nosotros creemos tener poderes que cuando queremos efectivizarlos nos damos cuenta que no los teníamos. El poder-atributo es expresado a través de palabras, de lo que los participantes de la mediación nos dicen que son “capaces de hacer” o a partir de los símbolos que lo manifiestan.
Por ejemplo: Uno de los participantes llega a la mediación, bien vestido, con un portafoloio abultado y nos dice en alta voz y tono altisonante: “Yo soy una persona muy ocupada en asuntos importantes y que no puedo dedicar mucho tiempo a este encuentro de mediación”. El poder-efectivo es expresado a través de las acciones que se juegan en nuestra presencia, de los relatos de las partes referidos a secuencias de acciones corroboradas por ambos participantes y de lo que nosotros mismos experimentamos con esa persona.
En el mismo ejemplo anterior, el otro participante, vestido en forma humilde, le contesta tranquila y pausadamente: “yo se que siempre estás muy ocupado con cosas muy importantes, pero sé que estás muy interesado en que esto se resuelva, casualmente porque no querés que este tema trascienda a los tribunales y te cree problemas en tus “asuntos” importantes”.
El primer participante lo mira y se calla. Desde el poder-atributo el primer participante tenía todo el poder, pero si nos centramos en la interacción el segundo participante ha ejercido su poder al tañir la cuerda que lo hace vibrar al primero.
Esta forma de conceptualizar el poder es mucho más difícil de observar, porque debemos acostumbrarnos a observar permanentemente secuencias de acción y porque cuando hemos detectado una “pauta” o sea la repetición de la misma secuencia tres o más veces, esta cambia, o sea que si, como en nuestro ejemplo, “B” es el que ejerce el poder al restringir las alternativas de “A”, de pronto cambia, se invierte , es “A” que restringe a “B”. Pero es esto lo que nos permite ver en vivo y en directo la construcción del “equilibrio de poder”.
Otra ventaja de conceptualizar de esta forma al poder es que nos permite no caer en el error de pensar que quien más alto habla o más dice imponerse es quien ejerce el poder. Hay formas pasivas, muchas veces más peligrosas por la fuerza que tienen, de ejercer el poder. En una mediación un señor mayor, jubilado, con problemas cardíacos había solicitado y logrado que la otra parte concurriese a la mediación por un problema de medianería, y desde su lugar “desvalido” pedía una reparación excesiva por un daño causado en su pared medianera.
En nuestra calidad de mediadores ¿tenemos poder? Se considera a los mediadores como expertos en resolución de disputas, o sea con conocimientos y saberes referidos a esta función. Esto es indiscutiblemente un poder-atributo. Los participantes, por lo menos en nuestro país, en el cual la mediación tiene poco desarrollo, nos ven como personas con poder, por ello aclaramos que nosotros “no somos jueces”, Una y otra vez nos reclaman nuestra opinión y nos solicitan consejos. Obviamente quien da consejos está ejerciendo el poder.
En el discurso de apertura, establecemos nuestras áreas de poder: las establecemos con respecto al proceso: no permitir que se agredan ni interrumpan, (aunque nosotros si podemos interrumpirlos), podemos pedir reuniones privadas cuando lo consideremos necesario, etcétera. El hecho de mencionarlas no nos confiere poder-efectivo. Pero en la medida que transcurre la mediación ponemos en acción nuestras potencialidades. Uno de los mitos de la mediación, como lo establece Deborah Kolb es la neutralidad del mediador. Si éste es “neutral” no ejercería ningún poder. Pero aunque hay mediadores más activos y que ejercen más poder que otros, indiscutiblemente todos los mediadores ejercen algún tipo de poder.
Hacer esto visible para nosotros mismos, nos ayuda a una mejor conducción de la mediación. Si tenemos en cuenta el carácter relacional o sea la retroacción de los participantes a nuestras intervenciones, cuanto mayor sea la aceptación de ellos hacia nosotros, mayor cuidado deberemos tener para no dirigir más allá de lo deseable, es decir, para no restringir la posibilidad de alternativas de ellos.
Autor: Maria Ines Suarez